Este certamen (el festival musical del que se han celebrado más ediciones en Carreño, el más longevo de su tipo en el Principado y el que contaba con una mayor repercusión en los medios de comunicación y afluencia de público de entre los del concejo y de entre los de su género en toda Asturias) se había convertido ya por derecho propio en una de las fechas obligadas y punteras dentro del calendario de actos relacionados con la música tradicional y la cultura asturiana llegando también a la vez a ser considerado por los vecinos como una festividad más del verano en su concejo.
La comisión organizadora venía trabajando desde octubre y (a pesar de que ya contaba como siempre con el apoyo de la hostelería y comercio locales, patrocinadores privados, el ofrecimiento de muchas personas para colaborar a título particular, de que ya tenía suscritos acuerdos con proveedores y compromisos adquiridos con diferentes bandas para su participación) no ve posibilidad de continuar ya que cree que la situación ha sobrepasado los límites de lo razonable.
Sacar adelante un programa de actividades como el de los trece años anteriores sin apenas medios solo es posible mediante grandes dosis de trabajo por parte de un gran número de voluntarios que montan, hacen y desmontan camas, friegan cocinas, suelos y baños, sirven desayunos, comidas y cenas, reciben y acompañan a las bandas en sus desfiles y actuaciones, buscan, rebuscan y piden colaboración en kioscos, charcuterías, restaurantes, hoteles, librerías, bares, etc… por todo el concejo (casi siempre con buena acogida pues la gente sí aprecia el trabajo realizado) y todo por la mera ilusión de ver que un año más el festival es mejor que el anterior aunque inevitablemente conlleve un nuevo déficit económico.
Después llega la estupefacción al comprobar como otros eventos más pequeños, con menor influencia mediática, una presencia de público tan solo testimonial en comparación y que pasan mucho más desapercibidos reciben mucho más apoyo de todo tipo por parte del consistorio (que no del pueblo) a pesar de no despertar el mismo interés, tener la misma tradición ni involucrar al mismo número de gente del concejo. Al observar como mientras unos crecen (gracias a todo lo anteriormente mencionado) en número de espectadores y calidad de su programa otros en paralelo e incomprensiblemente son los que crecen en subvenciones (probablemente fruto de juegos políticos), desde el Festival de Candás nos preguntamos quien es el experto que mide la rentabilidad de las inversiones en actos culturales, que extrañas varas de medir utiliza y cómo puede desperdiciar el potencial del Festival de Bandes de Gaites Villa de Candás (potencial que emana de cómo se involucra de alguna manera casi todo el pueblo en su organización y desarrollo) dejando a los vecinos sin él.
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